jueves, 15 de octubre de 2009

Con la sangre en las venas

Eran cerca de las dos de la mañana, la humedad de un día de lluvia, el frío y la hora tenían las calles despejadas hasta el momento en que el sonido de los pasos acelerados de una niña rompieron la tranquilidad de la noche.

La niña podría haber tenido unos catorce o quince años de edad, era muy delgada e iba vestida con una faldita plisada verde oscuro, una camisa blanca y zapatos negros de charol.

Mientras corría, miraba hacia atrás como esperando ver a un monstruo detrás de ella, pero no había nada ni nadie. Se metió a una callejuela muy sucia y levemente alumbrada por la luminaria de la calle prinipal, donde había un enorme tarro de basura, el último lugar en el que se esperaría ver a una muchacha de su edad y tan bien vestida.

Miró con asco el tarro que le serviría de refugio, abrió la enorme tapa que sobrepasaba por mucho la altura de su cabeza y se metió en él con una agilidad impresionante.

Cuando cerró la tapa, no quedó totalmente a oscuras pues había un hoyo en un costado del tarro del tamaño de un puño, suficiente para que la luz de la calle iluminara el interior, que daba a la calle principal.

De pronto, algo entre la basura se movió, inconscientemente se alejó del ruido y se golpeó contra la pared del tarro, “sólo una rata” pensó cuando vio salir entre los desperdicios a la escurridiza criatura.

Volvió la cabeza para mirar por el agujero hacia el exterior. Aunque no necesitaba respirar su cuerpo le pedía jadear por el miedo, pero el olor le recordó que era tan estúpido como peligroso emitir sonido alguno.

El ruido inconfundible de lo que ella estaba temiendo comenzó a hacerse cada vez más notorio, cada vez más fuerte, cada vez más cercano.

Vio cómo un sujeto de baja estatura y cabello engominado pasaba corriendo por su campo de visión, seguido luego por una tropa de gente vestidas de las más diversas maneras, algunos parecían normales, otros parecían haber sido sacados de películas de pandilleros, otros estaban con ropa deportiva e incluso uno con terno. Pronto pasaron tres tipos en motocicleta, uno de ellos llevaba un bastón en una mano y lo hacía girar violentamente.

Hubo un momento en el que la calle volvió a quedar en silencio, sin embargo, sólo unos segundos más tarde, una mujer alta y cubierta enteramente por un traje de cuero rojo ajustado a su esbelta figura, de largo cabello castaño oscuro levemente ondulado e intensos ojos verdes, pasó frente al callejón. Caminaba lentamente, pero cada paso emitía un fuerte sonido de sus zapatos de taco. De pronto, justo antes de que desapareciera de la visión de la niña, la mujer se detuvo, inspiró hondo y giró la cabeza en varias direcciones como buscando la fuente de algún olor especial. Cuando pareció encontrar la fuente que buscaba, comenzó a caminar lentamente hacia el tarro donde se encontraba la pequeña muchacha escondida. El sonido de cada paso parecía generar un estremecimiento dentro del improvisado escondite.

Los oscuros ojos de la niña, levemente iluminados por la luz de la calle, se agrandaron hasta un tamaño inhumano. Daba la impresión que sus globos oculares iban a salir de sus cuencas en cualquier momento.

Cuando la mujer estuvo al lado del tarro, estiró su delgada y aparentemente frágil mano para levantar la tapa del basurero, pero en ese momento un hombre cubierto de cadenas, aros en toda la cara y terriblemente alto apareció a la entrada del callejón y le gritó a la mujer.

Elizabeth!, ¡¿qué demonios crees que hacer?!, vamos.

La mujer se devolvió lentamente mirando el tarro, con un casi imperceptible gesto desilución en el rostro.

Había estado tan cerca, si sólo hubiera abierto el tarro, si sólo hubiera… si sólo hubiera mirado en él… pero Elizabeth se alejó lentamente, demasiado lentamente, parecía eterna su caminata hasta el final del callejón, donde la esperaba aquel sujeto de extraña apariencia que sin querer la había salvado.

Cuando al fin los dos se largaron, la niña fue conciente que tenía todos los músculos, de su raquítico cuerpo, apretados. Lentamente, a medida que los sonidos de la calle se extinguían, comenzó a relajarse.

No se atrevió a salir de su escondite por mucho tiempo, hasta que se dio cuenta que faltaban sólo unas horas para el amanecer y no debía quedarse allí. Salió lentamente del tarro y miró el cielo, se estremeció ante la posibilidad de encontrarse sin refugio antes de la salida del sol y ya no podía volver a su casa, posiblemente nunca más.

A medida que deambulaba buscando algún lugar donde pasar el día, los recuerdos se comenzaron a amontonar en su mente, acribillándola con dolor. Su maestro y amigo muriendo en sus brazos, los papeles del psiquiátrico, el sabor de la sangre del maestro, su rostro calmado, casi complacido a la hora de su muerte, su brazo extendido y rígido indicando algún lugar, su ira, su frustración, la venganza planeada durante semanas arruinadas por su estupidez. Faltaba algo, pero parecía que su mente se negaba a recordarlo, una parte de ella estaba luchando por recordar, la otra parte parecía querer ocultarlo, tal vez quería evitarle el sufrimiento...

Empapada, sucia y oliendo a restos de yogurt descompuesto, llegó a las afueras de la ciudad y se adentró en el bosque. En otras circunstancias habría evitado a toda costa un lugar así, sabiendo las criaturas que en él moran, pero no tenía alternativa, sin duda, la ciudad le resultaba todavía más peligrosa que esa otra opción.

Poco a poco se comenzaron a escuchar los sonidos de la madrugada, algunas aves e insectos emitían sus saludos al padre sol que aparecería más pronto de lo que ella necesitaba. La niña miró a su alrededor con miedo, abrazándose a sí misma mirando nerviosamente en todas direcciones al compás de los sonidos del bosque. De pronto, casi de la nada un sujeto alto y robusto vestido con un enorme sombrero roto y gastado, una camisa que más parecía una armadura de cuero tachonado, pantalones de jeans con un corte en el muslo del que brotaba abundante sangre y unos bototos negros y sucios, apareció corriendo de entre las sombras con una ballesta cargada en una mano y una escopeta en la otra. El sujeto se detuvo algo confundido frente a la niña, “¿qué haces aquí pequeña, es peligroso para…?”, no alcanzó a terminar la frase y su rostro calmado se trasfiguró a una expresión de terror, “¡un vampiro!” exclamó con un grito ahogado, pero antes de que alcanzara a volver a levantar sus armas, la niña le ordenó mirándolo a los ojos “duerme”. El hombre hizo un intento en vano de no obedecer la orden y se giró intentando darle la espalda, pero la niña volvió a ordenarle que se durmiera y el sujeto cayó pesadamente al suelo.

La niña avanzó hacia él para tomar las armas y aprovechar un poco de comida fácil, pero antes de que se pudiera agachar, escuchó un golpe tremendo detrás de ella, se giró y con el terror reflejándose en sus grandes ojos oscuros, vio a un enorme, un gigantesco hombre lobo que rugió tan fuerte que la niña cayó al suelo aterrada. El hombre lobo se acercó hasta dejar su cara al lado del de ella.

Si había habido algo de color en su rostro ya no lo había, el terror natural hacia esas criaturas le gritaba que corriera lejos, que escapara lo antes posible. Se vio así misma destrozada en el suelo de mil maneras, imaginó a la bestia aullando sobre su cuerpo aplastado, posiblemente desmembrado con la felicidad desbordando en su dentadura blanca y aterradora.

En un inútil intento desesperado balbuceó algo que pretendía ser una orden para que se marchara. Sin embargo, no alcanzó a repetir correctamente la orden cuando la bestia la tomó de la cintura como si fuera una pequeña muñeca de trapo, y se la llevó bajo su brazo.

Al principio intentó luchar, pero pronto se rindió ante la avasalladora fuerza de la tosca extremidad y por miedo a que en represalia a sus intentos de escape la apastara como a una cáscara de maní y se dejó llevar.

Poco antes del amanecer llegaron a una guarida entre las rocas del límites del bosque con el cerro, donde caía una pequeña y alegre cascada cuya abundante humedad hacía que toda esa zona del bosque pareciera una selva tropical. La bestia la dejó en el suelo cerca de una de las paredes de roca de algo que parecía una habitación, suavemente, tanto así, que le pareció casi imposible que una bestia de esa naturaleza pudiera poseer tal destreza.

Estaba en el peor lugar en el que podría haber caído, peor aún que en el tarro de basura, peor aún que si aquella mujer de largo cabello ondulado hubiera abierto la tapa del basurero, era un escondite de hombres lobo. De puro terror estaba temblando en el suelo incapaz de moverse si no era para tiritar, probablemente una actitud demasiado humana, pero no lo podía evitar.

Un hombre, probablemente otro hombre lobo, vestido nada más que con un taparrabos se acercó a la enorme bestia y comenzaron algo que parecía una discusión, gruñiendo y mostrando los dientes como dos animales.

De pronto, sintió un gruñido a su lado que hizo que los vellos de la nuca se le erizaran. No alcanzó a girar la cabeza cuando la bestia que la había atrapado, se abalanzó contra el lobo que se le había acercado, de pelaje blanco con un elegante moteado café en el lomo.

La bestia negra arrastró varios metros al lobo con la embestida. Su poderosa mandíbula apretaba el tórax del animal que lanzó un rugido furioso inundando el lugar con el olor a sangre y adrenalina de ambas criaturas. El cuerpo del lobo blanco comenzó a deformarse a una velocidad increíble, crecían sus músculos, se alargaba su tronco y sus extremidades, su cara adquiría una espantosa forma que no era ni de lobo ni de humano, sino una mezcla horrorosa, casi morbosa, entre ambas especies. Se giró con una increíble velocidad y enterró una de sus afiladas garras en el brazo de la bestia que aún le apresaba con sus dientes a pesar de la transformación del lobo moteado.

El licántropo a medio transformar volvió a girarse intentando soltarse, pero sus propios movimientos le desgarraban aún más su propia carne. Inútilmente dio arañazos que el otro lobo de mucha mayor envergadura evitaba moviéndose de un lado a otro.

Otro lobo apareció por detrás e intentó morder la pata del enorme lobo negro, pero antes de que pudiera siquiera tocarle, el lobo negro lo pateó con la pata trasera que lo hizo volar hasta estrellarse con una de las paredes de roca del lugar. Inmediatamente su cuerpo adoptó la misma forma extraña y desgarbada del otro canino. Con un rugido volvió a lanzarse sobre la bestia negra, esta vez se movió a tal velocidad que sus movimientos eran difíciles de ver, mucho más de seguir y la mordió en el cuello haciendo que saltara sangre donde estaba la niña aterrada viendo la salvaje escena.

Entonces una nueva criatura apareció de atrás de una cortina que hacía las veces de puerta, gruñó con fuerza y la pelea se detuvo al instante. Ese animal que parecía mucho más mal cuidado, tal vez más viejo o tenía alguna enfermedad, continuó gruñendo suave y los lobos quedaron en silencio. Parecían estar escuchando lo que decía, y gruñían de vez en cuando como si respondieran.

Antes de lo que hubiera querido y en aquel lugar repleto de sus enemigos naturales, la muchacha vampiro sintió el cansancio de tantos días sin descanso planeando el asesinato de su padre, era el momento y el lugar menos adecuado para sentir el llamado de Morfeo o lo que fuera que llevaba a los vampiros al mundo de los sueños. Sus ojos se entrecerraron involuntariamente a pesar de que su mente gritaba estar alerta, intentó con toda la fuerza de voluntad que le quedaba después de una de las noches más duras que había tenido, pero evidentemente ya no le quedaban fuerzas ni para mantener sus parpados y se durmió rodeada de sus más mortales enemigos.

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